Mes: agosto 2025

Laúd de Dos Mástiles de Ozzy

Hace unos días jugando una partida con los chavales en el taller de rol que hacemos, surgió la idea de un bardo demoniaco, que portaba un instrumento mágico que mediante riff y solos, se enfrentaba a los jugadores. De esa idea finalmente surgió este objeto, con sus cualidades, para el juego de rol más famoso del mundo en su 5ª edición.

Os presento el Laúd de Dos Mástiles de Ozzy, en un claro homenaje al cantante de Black Sabbath, Ozzy Osbourne.

Laúd de Dos Mástiles de Ozzy

Laúd de los Dos Mástiles de Ozzy

Objeto mágico, raro (requiere sintonización por un bardo)

Descripción

Este laúd de doble mástil parece tallado en madera negra viva, con vetas rojas como si ardiera por dentro. Sus mástiles se curvan como cuernos de demonio, y sus cuerdas vibran con energía espectral. Un cristal verde incrustado en su cuerpo palpita como un corazón arcano. Al tocarlo, el aire se llena de notas que desgarran la realidad.

El instrumento está cubierto de filigranas espinosas, runas infernales y grabados que parecen moverse al ritmo de la música. Las cuerdas brillan con luz espectral, y el mástil izquierdo tiene grabado el nombre de su creador: Ozzy el King Sabbath, un bardo que vendió su alma por el poder de la música eterna.

Propiedades

Acorde del Caos (1 vez por descanso largo)

Como acción, puedes tocar un acorde disonante que obliga a todas las criaturas hostiles en un radio de 15 pies a realizar una tirada de salvación de Sabiduría (CD 15). En caso de fallo, quedan aturdidas hasta el final de su siguiente turno.

Grito Armónico (2 veces por descanso largo)

Puedes usar una acción para emitir una onda sonora destructiva en un cono de 15 pies. Las criaturas en el área deben hacer una tirada de salvación de Constitución (CD 15). En caso de fallo, reciben 3d6 de daño sónico; la mitad en caso de éxito.

Riff Infernal

Cuando lanzas un hechizo de encantamiento o ilusión mientras tocas el laúd, puedes añadir tu modificador de Carisma a la CD de salvación del hechizo o al daño infligido (una vez por turno).

Melodía de los Condenados (1 vez por descanso largo)

Puedes invocar 1d4 espíritus errantes durante 3 turnos. Estos aparecen en espacios desocupados a tu elección dentro de 30 pies y actúan en tu iniciativa. Son espectros menores (estadísticas de Sombras o Espíritus) que atacan a tus enemigos o te protegen.

Solo del Sacrificio

Puedes perder hasta 15 puntos de golpe para potenciar un hechizo. Por cada 5 HP sacrificados, el hechizo gana +1 al daño o +1 a la CD de salvación (máximo +3). Este efecto debe declararse antes de lanzar el hechizo.

Afinación del Plano (1 vez por semana)

Puedes tocar una melodía que abre un portal menor a otro plano durante 1 minuto (como Puerta Dimensional). El destino es aleatorio entre planos conocidos. Existe un 25% de probabilidad de atraer una criatura extraplanar hostil.

Efectos pasivos

Ritmo de la Resistencia: Tienes ventaja en tiradas de salvación contra efectos de miedo y encantamiento mientras estás sintonizado con el laúd.

Aura de Caos: Cuando tocas el laúd en combate, las criaturas hostiles a 10 pies tienen desventaja en su primera tirada de ataque contra ti ese turno.

Medio Siglo

Hoy es mi cumpleaños, y bien puedo decir que he cumplido medio siglo. Lo bueno de esto es que siempre puedes evitar decir que tienes los 50, utilizando eufemismo como este de «he llegado al medio siglo».

Iba a escribir una homilía enorme sobre mi vida y como me ha afectado el paso de los años, que he conseguido y que he fracasado, cuales han sido mis éxitos y cuales los menos exitosos, de que me arrepiento y de que estoy orgulloso, pero creo que eso lo dejaré para otro momento. Ahora me voy a ir a la playa y a celebrarlo por ahí

¡¡Salud a todos!!

La habitación de los relojes

La habitación de los relojes

Cuando Elías alquiló aquella habitación en la pensión de la calle Cuarzo, no quiso hacer preguntas. No pidió ver el contrato, ni se preocupó por conocer el nombre del dueño. Necesitaba encontrar silencio, y allí lo prometían. El edificio era vetusto, demasiado viejo, como si lo hubieran edificado anteriormente al diseño urbanístico de la ciudad. Los pasillos olían a polvo húmedo, a ropa olvidada y a madera que ya no recordaba su forma original.

La habitación era sencilla: una cama estrecha, una silla desvencijada empotrada contra un viejo escritorio, pero lo más extraño, era la pared decorada con papel pintado y cubierta por relojes fijados en ella. Docenas. Todos distintos, todos detenidos, como si se hubieran olvidado de darles cuerda. Las agujas inmóviles parecían aguardar al tiempo.

Durante la primera noche, Elías soñó con una mujer, que permanecía sentada en la silla del escritorio. No llegaba a observar su rostro, no tenía rostro, solo un contorno brumoso, pero su voz era clara, precisa, como un bisturí:

—¿Quieres que te cuide? – Él no respondió.

Se despertó empapado en sudor, con la sensación de que algo había pasado sin ocurrir. La silla, se percató, ya no apuntaba al escritorio. Estaba girada, ligeramente, en dirección a la cama.

La segunda noche, se sobresaltó, de repente todos los relojes comenzaron a funcionar. Una orquesta de engranajes asincopados. Cada manecilla se movía a su manera. Uno marcaba las 3:17, otro las 8:42, otro movía sus agujas en sentido inverso, como si rebobinara un recuerdo olvidado. Elías se sentó al borde de la cama a observarlos, fascinado. Las horas no tenían sentido, pero lo atrapaban en una somnolencia. Parpadeó.

Y la mujer estaba allí.

Se encontraba de pie junto a la pared. Vestía una bata de hospital de un todo gris, pero los bordados parecían moverse, como si contuvieran escenas de infancia. No de Elías. De alguien más. O de todos.

—¿Quieres que te recuerde quién eras?

Intentó responder, pero su garganta era un pergamino mojado. La voz se quebró antes de nacer. La mujer no sonrió. No tenía rostro. Sonrieron los relojes: todos a la vez. Todos a la misma hora.

00:00.

Un parpadeo más, y el tiempo se reinició.

La tercera noche, Elías no pudo dormir. Tenía miedo de cerrar los ojos y no despertar en el mismo mundo. Pero ya no hacía falta dormir. Ella ya no era un sueño.

Estaba sentada de espalda a los pies de la cama. Peinaba algo invisible con una delicadeza imposible, como si desenredara cabellos en el aire. Cada vez que Elías pestañeaba, su rostro cambiaba: era su madre. Luego su abuela. Después una niña con los ojos llenos de lágrimas mudas.

—¿Quieres que te ame?

Elías sintió cómo algo dentro de él se deshacía, pausado, como azúcar bajo la lluvia. No era miedo. Era otro sentimiento. Una nostalgia sin origen. Una pena por algo que nunca vivió, pero que aún dolía. Como si alguna vez, en algún pliegue olvidado del universo, hubiera sido amado por algo que jamás debió amarlo.

La habitación se distorsionó. Las paredes respiraron. Los relojes flotaron como medusas en un océano sin tiempo. El suelo se volvió líquido. El aire tenía sabor a infancia rancia.

Y Mamá Loca lo abrazó.

En ese abrazo, Elías entendió que ella no era una entidad. Era una dimensión. Un error dulce en la arquitectura del cosmos. Una falla donde el consuelo se confundía con la geometría imposible. Donde el afecto tomaba la forma de una devoración silenciosa, irreversible.

Años posteriores, demolieron la pensión. Dijeron que no cumplía con los estándares de seguridad. Nadie recuerda a Elías. Nadie preguntó por él, nadie lo buscó. Pero hay habitaciones, en sueños ajenos, donde el tiempo no avanza. Donde una silla permanece girada hacia la cama. Y una voz, apenas un susurro tras la pared del mundo, murmura con ternura monstruosa:

—¿Quieres que te cuide?