“¡Ratas! Desafiaban a los perros y mataban a los gatos; mordían se comían los quesos de los moldes y sorbían la sopa del mismísimo cucharón del cocinero; abrían los toneles de sardinas en salmuera, anidaban en los sombreros de paseo de los hombres y hasta estropeaban las charlas de las mujeres, ahogando las voces con chillidos estridentes que cubrían una gama de cincuenta sostenidos y bemoles” Robert Browning
En los países más desarrollados, el cometido del cazador de ratas ya no existe, aunque aún se conserva en lugares como la India. En Europa, mantener estable la población de ratas era una necesidad ya que así se prevenían enfermedades del estilo de la Peste Negra y se evitan daños en el aprovisionamiento de víveres. Aunque estos cazadores de ratas no estaban exentos de riesgos. Ellos eran los más expuestos a las enfermedades. Cualquier pequeño mordisco de los animales podía ser mortal. Entre ellos también existieron la picaresca y las excentricidades: algunos introducían ellos mismos las ratas en las ciudades para luego exterminarlas y ganarse su jornal; otros practicaban peleas de ratas, enfrentando algunos fieros ejemplares que habían capturado, contra otros; y unos cuantos tuvieron ratas amaestradas, recogidas desde crías y tomadas como mascota.
Las ratas eran muy abundantes en la época victoriana. En una ciudad de tamaño medio, las condiciones higiénicas y el agua potable eran muy escasas, así como cundían las enfermedades y los robos estaban a la orden del día. En una sola casa en Londres, un cazador atrapó setecientas ratas. Todo el mundo necesitaba a los cazadores de ratas, y el más famoso en su tiempo fue Jack Black, cazador por la gracia de su majestad la Reina Victoria. Este era un buen negocio, y había mucho dinero que ganar. Las ratas eran un buen negocio. Se podían capturar vivas y después venderse a personas de los bajos fondos, quienes estarían dirigiendo un “rat-pitch” ilegal.
Los cazadores de ratas utilizaban un sinfín de técnicas para desarrollar con éxito sus tareas. Capturaban a los bichos con sus propias manos, ponían trampas o utilizaban a perros. Revisaban a fondo los agujeros más oscuros, que siempre eran los favoritos de los roedores, ya que eran personas muy meticulosas. El pago se hacía después, cuando habían acabado con las ratas, y solían cobrar en función del número que habían eliminado. En aquella época existía el veneno. Cada cazador hacía su propio veneno, con una receta secreta, y podía venderlo en espacios públicos, como mercados, porque por entonces las ratas eran un problema muchísimo más grave que en nuestros días. Solía llevar una jaula con muchas, muchas ratas dentro. Y para probar la eficacia de su veneno casero, cogía a una, le hacía tragar un poco y el público esperaba al desenlace. Pero, matar a las ratas con veneno era muy fácil. Lo que hacía al trabajo uno de los peores de su época era cuando había que atraparlas vivas. Porque, para capturarlas con vida lo hacían con la mano. Los cazadores atraían a las ratas empapándose las manos con una sustancia de olor dulce. Esto implicaba que las ratas les mordían y mucho. Así pues, como es evidente, muchos cazadores contraían terribles infecciones debido a los mordiscos. Habría que ser un idiota para meter una mano desnuda en una ratonera, los cazadores atrapaban a las ratas de oídas, y nunca sabían lo que habría al otro lado de su mano. En el fondo era bastante terrorífico, pero la necesidad de la época hacía que la gente no tuviera más remedio para poder ganar unas peniques.
Así pues aprovechando estas circunstancias, en el Londres de la época Victoriana, llegó a convertirse en uno de los mayores entretenimientos para la población las peleas de animales. En los conocidos Pozos de ratas (Rat-Baiting o Rat- Pits), un “rat-pitch” era un espacio donde se organizaban peleas ilegales de perros contra ratas, donde la gente apostaba mucho dinero por el número de ratas que podría atrapar el cánido. Consistía en introducir a un perro en una fosa infestada de ratas, con el propósito de aniquilar al mayor número posible de éstas. Se tiene constancia de que uno de estos establecimientos, que llevaba a cabo apuestas legales, compraba quinientas ratas a la semana, lo que harían veintiséis mil al año. Fueron unos de los entretenimiento más populares. Estas diversiones tendrían su punto final en el “acta contra la crueldad animal” decretada en 1835, pero aún así, esta modalidad escapó a la prohibición por ser considerado un juego de apuestas.
Hubo gran cantidad de estos rat-pit por todo el Reino Unido, y especialmente en Londres, donde todas las noches se celebraban estos peculiares eventos donde se efectuaban importantes apuestas. Las normas no eran complicadas. Aunque había diversas modalidades, básicamente ganaba aquel perro que más ratas mataba en menor cantidad de tiempo. Así, se llegaron a calcular que cinco segundos por rata era una media bastante aceptable, y quince ratas por minuto una marca difícil de superar, aunque ya veremos que está marca se superó ampliamente. Para llegar a estos tiempo a los perros se les entrenaba concienzudamente para que sus mordiscos fueran rápidos y letalmente precisos, ya que se daba el caso de las ratas heridas no valían, sólo computaban para el resultado final las totalmente muertas.
Pese a el entrenamiento, los perros también sufrían lesiones en sus enfrentamientos, principalmente a causa de los mordiscos de los rodeadores en hocico y orejas. Se podía llegar al caso de causar lesiones más severas y bastante comunes entre estos perros, era quedarse tuerto.
Como en todas las competiciones, también hubo grandes campeones de renombre. El más famoso de todos fue un Bull Terrier de 12 kg, que respondía al nombre de Billy. Quien fue el primer perro en llegar a matar 100 ratas en menos de 6 minutos. Exactamente paró el reloj en cinco minutos treinta segundos, es decir, a una media de 3,3 segundos por rata.
Tan sólo hubo otro perro que consiguió hacer de sombra a Billy, este fue un perro llamado Jacko, otro Bull Terrier que consiguió rebajar la marca de las 100 ratas en 2 segundos (5,28 minutos) y también ser el perro en conseguir una media más rápida. Logró acabar con 60 ratas en 2 minutos 42 segundos lo que equivale a 1 rata cada 2,7 segundos. Debido al éxito y a la proliferación de estos espectáculos por todo el país, e incluso en las colonia de ultramar, donde llegaban a morir unas enormes cantidades de ratas cada noche, trajo consigo una gran demanda de estos animales, por lo que no tardaron en aparecer suministradores especializados, los conocidos como Rat-Catcher (Cazadores de ratas).
Quien más renombre consiguió entre sus contemporáneos, como ya se ha comentado, fue Jack Black, un peculiar personaje que presumía de tener las mejores y más limpias ratas de campo, eran las preferidas por los criadores de perros, pues sus mordiscos no transmitían enfermedades. Y para demostrarlo no tenía reparos en meter su mano desnuda en una jaula repleta de sus ratas y dejarse morder. Prueba que los rat-Catcher menos honestos no se atrevían a realizar. Black se había preparado su propio uniforme con una chaqueta escarlata, un chaleco, unos calzones y un gran cinturón de cuero remachado con formas de ratas hechas de hierro fundido. Henry Mayhew, el escritor, investigador y periodista inglés, escribió sobre él en su obra London Labour and London Pour. Ahí explicaba que Jack Black estuvo a punto de morir de infección en varias ocasiones debido a los mordiscos que la ratas le habían propiciado. Este cazador de ratas fue un paso más allá y se transformó, también, en criador. Cuando encontraba ejemplares de colores diferentes, de pelajes especiales, los criaba para establecer nuevas variedades de color. Después los domesticaba y los vendía como mascotas. Sus mejores clientes eran las señoritas de la alta sociedad, que metían a sus nuevas ratitas en jaulas de ardilla. También criaba perros y tuvo un terrier que le ayudaba a dar caza a los roedores. Jack Black era casi tan peculiar como el cuento del Flautista de Hamelín. La fama de Jack-Black entre las clases pudientes fue tal, que llegó vender ratas incluso a la mismísima reina Victoria, quien tenía la extraña afición de tener ratas como mascotas.
Esta tradición entre apuestas y deporte continuó hasta el año 1912, al menos legalmente, año en el que se celebraron los último Rat-Pit en Inglaterra, ya que finalmente la actividad fue totalmente prohibida y la profesión de rat-Catcher comenzó a perder sentido hasta que finalmente se perdió