El 19 de octubre de 1562, en la localidad granadina de La Herradura (España), 25 galeras de la Armada Española, al servicio del rey Felipe II, fueron víctimas de uno de los peores temporales que se recuerdan por la zona. Una naufragio multitudinario que costó la vida 5.000 hombres, entre ellos el capitán Juan de Mendoza, cuyo cuerpo fue recuperado a 60 kilómetros de allí, en Adra, provincia de Almería. Se da el caso que el naufragio de tantas naves en un espacio físico tan reducido se ha producido en muy pocas ocasiones a lo largo de la historia.
Sus servicios principales eran combatir la piratería, defender las costas de las incursiones berberiscas y participar en batallas navales. Las galeras de España se encontraban en el puerto de Messina (Sicilia), sus órdenes para el verano de 1562 eran las de resistir a la armada turca si arribaba a las costas sicilianas. Si no fuera así, las 32 galeras al mando de Don Juan de Mendoza deberían regresar a España, limpiando las costas de corsarios, para una vez realizada dicha misión dirigirse a la Goleta (Túnez) y trasladar la infantería extraordinaria que cada año se llevaba de Nápoles y Flandes.
Como el turco no apareció durante el verano la flota se dirigió a las costas españolas. Desde Cartagena continuó a Málaga con objeto de cargar dinero, munición y provisiones. En el puerto de Málaga se dio pasaje a mujeres y familias de soldados que estaban en Orán. El domingo 18 de octubre de 1562, concluidas las operaciones de pasaje y aprovisionamiento, viendo Don Juan que comenzaba a correr viento de levante y el mar presagiaba borrasca, salió del puerto de Málaga con 28 galeras. La flota navegó hasta la altura de Vesmiliana, junto al actual Rincón de la Victoria, donde empezó a soplar viento de tierra, en este lugar la galera Caballo de Nápoles embistió a la Soberana de España, el choque hizo saltar el timón de esta última y tuvo que ser remolcada por la Renegada y la Esperanza.
Continuaron la navegación en malas condiciones, agravadas por la aparición de viento del sur, temido de todo marinero. La lluvia comenzó a hacer estragos en galeras y tripulación, al amanecer llegaron a la altura del río de la Miel, rolando de nuevo el viento a levante. La situación obligó a aumentar la boga, al fin tras una noche y una madrugada de remar intensamente consiguieron entrar en la bahía de La Herradura.
Aproximadamente hacia las diez de la mañana del 19 de octubre comenzaron a situarse en la zona oriental de la bahía, junto a la llamada Punta de la Mona. En una hora se dispusieron las galeras desde dicha punta hacia tierra; en primer lugar, la Soberana seguida de la Mendoza y San Juan, a continuación todas las demás. La Capitana, Patrona y Esperanza, estaban en el centro de la escuadra. El peligro parecía haber pasado, el tiempo aclaró y la Punta de la Mona resguardaba del viento de levante.
Había pasado solamente una media hora de estar anclados cuando de nuevo sopló viento del sur y sobrevino el temporal con tal violencia que no les dio tiempo a levar anclas y trasladarse al otro lado de la bahía, junto a Cerro Gordo, ni dar la vuelta a la Punta de la Mona. Al cambiar el viento las galeras quedaban batidas abiertamente, habían buscado el refugio del viento de levante y el viento del sur las empujaba hacia las rocas.
El mar creció y la furia de las olas movía las galeras de un lado para otro sin control, pese a que intentaron sujetarlas con dobles hierros, operación que provocó los murmullos de las tripulaciones porque no se solía echar más de uno en dichas situaciones. Los galeotes herrados pedían la libertad, pues así lo autorizaba Su Majestad en estos casos. Don Juan de Mendoza mandó soltar a los galeotes y ordenó a las demás galeras de que hicieran lo mismo.
La galera Capitana de Nápoles levó anclas con tan mala fortuna que fue a dar en las rocas y arrastrada por el mar encalló en la playa, el timón de la galera Santangel saltó y también fue arrastrada por las olas hasta la playa, la Patrona y la Caballo de Nápoles voltearon sobre sí mismas, mientras todas las demás galeras chocaban unas contra otras, destrozándose o hundiéndose. Muchos de los tripulantes y embarcados que se tiraron al mar perecieron al ser arrastrados por la resaca.
Bahía de La Herradura, los puntos marcan la zona donde estaba anclada la flota. En primer término se ve la Punta de la Mona, al otro lado de la bahía, el Cerro Gordo.
La Capitana de España quebró el árbol y fue embestida por las olas hasta hundirse, la misma suerte corrieron las galeras Brava, Renegada, Estrella y Esperanza. A la una de la tarde se acabaron de perder las galeras, hacia las cuatro comenzó a calmar la tempestad. De las veintiocho galeras, veinticinco se hundieron en La Herradura. Tres horas de tragedia habían bastado para acabar con la escuadra española.
Don Luís Hurtado de Mendoza, conde de Tendilla y gobernador general de La Alhambra, además de primo hermano del capitán muerto junto a su navío, llegó a La Herradura la mañana del 21 de octubre y organizó a los vecinos para recuperar lo poco salvable de las provisiones y la tripulación, dando rápida sepultura a los cuerpos para evitar las epidemias.
Cervantes lo cita en el capítulo XXXI del Quijote:
«Convidó un hidalgo de mi pueblo, muy rico y principal, porque venía de los Álamos de Medina del Campo, que casó con doña Mencía de Quiñones, que fue hija de don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en la Herradura, por quien hubo aquella pendencia años ha en nuestro lugar, que, a lo que entiendo, mi señor don Quijote se halló en ella, de donde salió herido Tomasillo el Travieso, el hijo de Balbastro el herrero…»