La mañana se levantó fría en el estrecho. El viento de levante azotaba un día más sin compasión las frías aguas. Una gran y oscura nube llevaba ya varios días atrapada por El Hacho, ocultando la multitud de antenas situadas en la cima del peñón. Las olas bramaban contra la piedra de los acantilados, fuerte y constante, levantado nubes espumosas. El fuerte viento impedía navegar por el estrecho, los paines eran incapaces de levantar el vuelo sin ser arrastrados, y se encontraban posados en las laderas de la roca.
Fue extraño que nos convocara el máximo responsable de la base naval. Cuando llegamos ante su presencia, nos sorprendió que allí, junto al comandante, se encontraban dos coroneles con trajes oficiales, en donde resaltaban condecoraciones de orden al mérito. Inmediatamente nos pusieron al tanto de la situación; nos informaron que dentro de las veinticuatro horas anteriores, un submarino nuclear de la clase Trafalgar había entrado en aguas del Mediterráneo. A una distancia de doscientas millas náuticas una vez pasado Punta Europa, en la base de telecomunicaciones de la Royal Navy recibieron un S.O.S. proveniente del submarino. Despegó inmediatamente un caza que sobrevoló la zona desde donde se emitió el mensaje de auxilio. El piloto informó que no vio nada. Inmediatamente enviaron un equipo de salvamento marítimo a la zona, que informó que el submarino se había hundido en las aguas del Mediterráneo situándose a unas diez millas de profundidad. Nos comunicaron, que según cálculos, a la tripulación les debía de restar oxígeno para doce horas más como mucho, siempre y cuando no se hubieran abiertos vías en el casco; o existieran fugas del reactor. Razón ésta, por la que movilizaron inmediatamente a mi tripulación.
Cuando llegamos a las coordenadas facilitadas por el mando del Mediterráneo, frente a Punta Pasajes, nos extrañó no encontradnos ninguna baliza de señalización, y tampoco había en la zona ninguna otra embarcación de salvamento. La fuerte marejada estaba a punto de hacer zozobrar la embarcación antes de que los buceadores pudiéramos tirarnos al agua. Una vez establecido contacto visual deberíamos de utilizar el sumergible portátil. El fuerte oleaje, no aconsejaba la inmersión. Pero junto a la tripulación en nuestra embarcación viajaban uno de los dos coroneles, con un par de escoltas, ataviados con un completo equipo antirradiación. Y antes su insistencia tuvimos que arrojarnos al agua.
Las aguas estaban turbias debido al temporal de levante, apenas se podía ver algo, y la corriente producida por las olas dificultaba la inmersión. En la oscuridad de un mar revuelto observé la sombra del sumergible. Cual fue mi sorpresa, y por no decirlo, mi terror al observar aquello. Aquello era un disco de cristal completamente transparente de cuarenta pies de diámetro, a través del cual se podía observar el interior. La tripulación eran únicamente dos extraños humanoides, de piel verdosa, con grandes cráneos y ojos saltones que resaltaban en un rostro pequeño. No se movían, estaban atados por una especie de cintas plásticas a unos asientos ergonómicos muy extraños.
Estoy seguro que aquello no era un submarino de la Royal Navy, ni ningún otra embarcación en servicio, aquello era otra cosa; un ingenio que no había visto jamás. Cuando consiguieron emergerlo a la superficie, lo cargaron en un buque militar que rápidamente partió hacia la ensenada del puerto militar en la Bahía. Nadie nunca supo de la noticia, hoy en día, aquel objeto no identificado, permanece custodiado por un regimiento del ejército, y descansa en uno los hangares situados en las galerías excavadas bajo la gran roca de Gibraltar.
Fin
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