Brandán el Navegante (Ciarraight Luachra, Irlanda, c. 484 – Enachduin, c. 578), en irlandés Breandán, o Brendán, también llamado Brandano, Barandán o Borondón, fue uno de los grandes monjes evangelizadores irlandeses del siglo VI. Tomó renombre por formar parte de una leyenda medieval sobre un abad, natural de la lejanísima Irlanda, que, junto a catorce de sus compañeros, había realizado un largo viaje por el temido, furioso e impenetrable Océano Atlántico.
En ese viaje divisaría multitud de islas maravillosas y territorios legendarios, viviendo una serie de aventuras que lo convirtieron en uno de los personajes más conocidos de la Europa medieval, convirtiéndose en protagonista de uno de los relatos de viajes medievales más famosos de la cultura gaélica medieval, relatado en la Navigatio Sancti Brandani, una obra que fue redactada en torno a los siglos X-XI.
Históricamente, no sabemos demasiado acerca de él. Brandán nace a finales del siglo V en Tralee, en el condado irlandés de Kerry. Oerteneció a la tribu de los altraiges de Kilkenny, descendiente de la estirpe de Edganacht. Fue bautizado por el obispo Erc de Dungarvan en el condado de Waterford, quien se aseguró de que un año más tarde fuera entregado para ser cuidado por la monja Ita de Hibernia.
A los 16 años volvió con Erc para continuar por varios años su educación, a quien años más tarde, ordenara como sacerdote, después de estar bajo Finnian de Clonard, Enda de Aran y Jarlath de Tuam. Con una sólida educación cristiana, solo comparable a su inquebrantable fe, pronto Brandán comenzó a difundir la palabra de Dios a lo largo y ancho de las islas británicas, fundando enclaves monásticos en las islas de Arán y predicando el Evangelio por las islas escocesas, Gales y Bretaña.
Desde principios del siglo V era habitual que comunidades monásticas enteras se lanzaron a la mar en curraghs para predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra, siguiendo la tradición misionera del cristianismo irlandés, de la que los conocidos santos Colimba y Colimbano fueron claros exponentes.
Durante su periplo marinero estableció varios monasterios, en Kerry, Ardfert, Annaghdown, Arran siendo el más famoso el de Clonfert. Alrededor del año 558 o 564 fundó un monasterio en Clonfert (Galway, Irlanda), se menciona que las reglas fundacionales fueron dictadas por un ángel, convirtiéndose en su abad y permaneciendo ahí hasta su muerte. Y ahí, en ese monasterio, es donde comienza la leyenda.
La historia que hizo que la figura de Brandán traspasara las fronteras de las islas británicas y recorriera la Europa medieval comienza en la noche que recibe la visita de un anciano monje, de nombre Barinto, en el monasterio de Clonfert. El anciano le relata con detalle la existencia de una serie de islas maravillosas en el océano occidental, más allá de los límites del mundo conocido.
Brandán, maravillado por el relato del anciano y con la convicción de evangelizar esos desconocidos territorios, convence a catorce de sus monjes para construir un curragh (sencilla embarcación tradicional irlandesa hecha de madera y cuero). De acuerdo con la Navigatio Sancti Brendani, Brandán partió el 22 de marzo del 516 con otros catorce monjes, a los que se suman tres advenedizos. Una vez está terminada la embarcación emprenden la navegación por el océano en busca de aquellas islas. Se hacen a la mar, a menudo ordena el monje soltar los remos y dejar la embarcación sin gobierno para que se cumpla la voluntad de Dios; es ésta la que les mantiene vivos y alimentados.
Durante largos de siete años, Brandán y sus compañeros navegan por las aguas del Atlántico, divisando un gran número de islas maravillosas a las que les dan nombre e incluso enfrentándose a algunos monstruos marinos.
En su navegación arribaron primero a la isla del castillo deshabitado, en la que fueron recibidos por un perro que los guio hasta una villa despoblada. Allí permanecieron durante tres días, encontrando siempre comida preparada para ellos, aun cuando fueron incapaces de ver a una sola persona, excepto un diablo etíope. Uno de los advenedizos muere tras admitir haber robado. Luego llegan a una isla con un joven que les trae pan y agua. Las siguientes estaciones fueron la isla de las ovejas, donde pasan la Semana Santa, y la isla-pez, que posteriormente sería conocida como Isla de San Brandán.
En su periplo, Brandán el Navegante, la siguiente etapa del viaje transcurrió en el Paradisus Avium («Paraíso de los pájaros«), habitada por pájaros de todo tipo en la que cantan salmos y alaban a Dios y se unieron a los monjes en sus oraciones. Uno de ellos confiesa al santo que los pájaros habitantes de la isla son ángeles que se mantuvieron neutrales en el enfrentamiento entre el arcángel san Miguel y Lucifer.
Vueltos a la mar, navegaron durante tres meses hasta que, exhaustos, alcanzaron la isla de Ailbe, habitada por monjes que habían realizado un estricto voto de silencio y que habían residido allí durante ochenta años, sin padecer enfermedad o desgracia alguna. El viaje continúa, retornando a algunas de las islas por las que ya han pasado, hasta alcanzar una isla con tres anacoretas, donde se pierde el segundo de los monjes advenedizos.
Luego visitan la isla de las uvas, donde obtienen el vino necesario para la consagración. Retornan a Ailbe para pasar la Navidad. Tras el abandono de este lugar llega la prueba más terrible que tuvieron que afrontar Brandán y sus compañeros: el paso del infierno. Monstruos sinnúmero se acercaron a la nave escupiendo enormes ráfagas de fuego. Los monjes reemprendieron el rumbo a toda prisa pero no pudieron evitar que el tercero de los frailes advenedizos fuera devorado por una de esas criaturas.
Durante su navegación encuentran sentado en un peñasco en mitad del mar a Judas, quien descansa azotados por las olas del mar de sus tormentos eternos todos los domingos desde Navidad hasta la Epifanía.
Su viaje prosiguió, y la siguiente etapa tuvo lugar junto a un enorme pilar de cristal que tardaron casi tres días en bordear, a través de un mar escondido de densas nieblas que impide el retorno a quienes no van en nombre de Dios, la expedición llegó a una isla envuelta en la niebla, con una muralla defendida por dragones que custodiaban un territorio del que, paradójicamente, no sabemos nada: la isla del paraíso terrenal. Tras ser recibidos en este lugar por san Pablo el Ermitaño que había vivido en su isla sesenta años y admirar las bondades de esa Tierra Prometida, navegan de vuelta a Irlanda, donde Brandán el Navegante, fallece tiempo después.
Esta historia fue registrada por escrito por primera vez en el siglo X, en una obra denominada Navigatio Sancti Brandani (“La Navegación de San Brandán”), convirtiéndose en un auténtico best-seller durante siglos.
Aunque son numerosas las islas mencionadas en la Navigatio, la tradición se ha centrado en la isla-pez, completamente desprovista de vegetación, que aparece y desaparece. En ella San Brandán y sus compañeros celebraron la misa de Pascua, pero al encender el fuego para asar un cordero la isla despertó, dándose cuenta entonces de que en realidad se trataba del pez gigante Jasconius, que más adelante, obediente a Brandán, le conducirá hasta las proximidades del Paraíso. Esta sería la posteriormente identificada como Isla de San Brandán, que como el pez Jasconius aparece y desaparece, ocultándose a los ojos de quienes la buscan.
Siguiendo las indicaciones de la Navigatio latina, más precisa en sus orientaciones que el poema de Benedeit, se ha trazado una posible ruta de navegación afirmado que tras su partida de Clonfert habría alcanzado primero las islas Feroe, que serían la llamada isla de las ovejas en la Navigatio, pasando luego por Islandia, Groenlandia, Florida y las islas del mar Caribe, lo que convertiría a Brandán en el primer europeo en alcanzar el continente americano, en tanto otros sitúan el final de su recorrido en Terranova o en las islas Canarias. Conforme a esta hipótesis, la aparición de la «columna de cristal» descrita en la Navigatio sería un iceberg, el «mar coagulado» un mar helado, Jasconius una ballena, y los «frutos maravillosos» frutas tropicales.
El poema anglo-normando de Benedeit, representa esta misma leyenda como un viaje simbólico en el que Brandán viaja en círculo durante siete años, durante los que, cíclica y milagrosamente, retorna la nave a los mismos cuatro lugares en las cuatro festividades mayores del calendario cristiano, antes de alcanzar el séptimo año el Infierno y el Paraíso en el mismo centro del círculo.
El viaje de San Brandán enlaza con relatos viajeros propios de la mitología irlandesa, los llamados «immrama», como el Viaje de Mael Dúin, compuesto en el siglo VII-VIII, a su vez, el mítico viaje influiría sobre otras narraciones hagiográficas difundidas por toda Europa occidental, como las narraciones viajeras de Saint-Malo en Bretaña o san Amaro en España.
No faltaron desde el mismo siglo XII espíritus críticos como el de Vicente de Beauvais, que en su Speculum historiale calificaba los viajes de san Brandán de «delirio apócrifo» inútil para la historia y la geografía, como más adelante harían también los bolandistas, que encontraban la verdad histórica oscurecida por la leyenda. Aun así, la narración alcanzó notable popularidad en sus muchas versiones manuscritas y en alguna temprana edición impresa en latín, llegando a más de 100 los manuscritos conocidos de esta historia, y se llegó a traducir a la mayoría de lenguas vernáculas europeas. Un verdadero fenómeno literario que traspasó fronteras, tanto geográficas como culturales.
A raíz de este relato su fama creció, al igual que la leyenda sobre su pericia como navegante y descubridor de tierras para la fe. En gran parte de los mapas medievales y modernos había un espacio en el Atlántico dedicado al recuerdo de San Brandán. Lo que hizo crecer su popularidad rápidamente y muchos discípulos llegaron buscando formar parte de su congregación, hasta 3,000 entre irlandeses escoceses, ingleses, galeses, bretones y otros.
El Brandán histórico, abad de Clontarf, estaría acreditado por el testimonio de Adamnano, que redactó una Vida de san Columbano aproximadamente cincuenta años después de la muerte del san Brandán El Navegante legendario. En ella cuenta que el santo visitó la isla de Iona (en el occidente de Escocia) donde se encontró con san Columbano. También se cree que conoció en la isla de Hynba a San Columba. Que acompañó al monje galés a San Malo. Y que realizó varios escritos sobre la vida y obra de otra santa irlandesa, Santa Brígida.
Llegó con sus exploraciones hasta las islas Hébridas al oeste y las islas Shetland al norte, e incluso es posible que haya llegado a las islas Feroe e Islandia. Abades irlandeses posteriores completarían su obra y establecieron nuevas comunidades cenobíticas y abrieron el camino para la colonización posterior por gaélicos y noruegos. Se ha discutido acerca de la historicidad de este religioso, y, aunque fue eliminado del santoral en tiempos del papa Pablo VI, no cabe duda de que se trató de un abad irlandés que llevó a cabo tareas de evangelización en las aguas del mar del Norte.
En la actualidad varios lugares incorporan el nombre del santo, como la catedral de San Brendan de Clonfert, el monte Brandon en el condado de Kerry, en el río Shannon.
En las islas Canarias aún persiste una leyenda popular de una isla que aparece y desaparece desde hace varios siglos que fue bautizada como isla de San Borondón. Según los testigos que dicen haber visto la isla, normalmente la sitúan en extremo occidental del archipiélago, entre las islas de La Palma, La Gomera y El Hierro.
Hay relatos desde siglos que narran la aparición de dicha isla, de la visión por muchos testigos y de su posterior desaparición, mientras otras personas atribuyen la extraña aparición debido a alguna acumulación de nubes en el horizonte o a un fenómeno de espejismo.
La leyenda de San Borondón llegó a adquirir tal fuerza en Canarias que durante los siglos XVI, XVII y XVIII la Corona española incluso organizó expediciones oficiales para llegar a esa isla y desembarcar en ella y conquistarla. Incluso Leonardo Torriani, ingeniero encargado por Felipe II para fortificar las Islas Canarias a finales del siglo XVI, describe sus dimensiones y localización y aporta como prueba de su existencia las arribadas fortuitas de algunos marinos a lo largo del siglo XVI.